Acostumbrada a que las palabras se precipiten antes de que se geste en mis entrañas, el pensamiento.
Las palabras que surgen no son extrañas y es casualidad, si en alguna frase de lo que digo, no miento.
Exudo inmundas patrañas y frases impuras que no siento.
Más parecida, a una alimaña, a diario, es como me siento.
Todos los días caigo y me ahogo en mi aliento.
De lo superficial no me desarraigo o al menos no lo comento.
Los fuegos fatuos de amigos, de los cadavéricos y pútridos recuerdos;
se largan, sin abrigo, y desnudan a mis, otrora, sentimientos.
La gente cree ver, sin embargo, como una chispa, un místico momento;
por la noche, extrañados, se preguntan, por largo, si fue una palabra o un lamento;
si en un místico segundo leí un poema bastardo, si fui fugazmente iluminada o si fue, un ajeno, sufrimiento.
Ocasionalmente se deja ver tímida, esa llama de lo que alguna vez fue mi credo y se dirige lenta y sobriamente hacia el enmudecimiento.
SIN TERMINAR
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