La ciudad

-"La ciudad de la furia", dicen-; más bien la ciudad de la locura... o de la estupidez, tal vez. Ahora, yo, una de ellos, una más.
Me escurro saltando charcos, en contra de la corriente, por las húmedas calles.
La lluvia peina mi, adrede, despeinada cabellera, ahora una burlona copia del peinado hitleriano, que me salpica gotas en mis llovidos ojos.
Encuentro sin siquiera buscar gratos destellos del pasado, en caras ajenas. Luego, busco inútilmente otro rasgo conocido en las maltratadas cabelleras rubias con las que me cruzo. Escucho, con una fugaz alegría y un dejo de irracionalidad, los tranquilos pero seguros pasos, de grandes zapatos, que atropello, no inocentemente, con la intención de perderme en un abrazo eterno.
Las  simpáticas gotas son las únicas que acarician mi soledad. Ahora que lo único querido fue abandonado; ya lo besos dolían. La escusa ya saben que no es la mía sino sus sonrisas.
Los fríos metales, de forma estrellada, pasan a gran velocidad cual arrojadizas, ninjas, amenazando mi vista. La visión es cómica y pintoresca en contraposición a sus lúgubres rostros: -Es que ya perdieron la noción de los sueños.
Estúpida! Estúpida tal vez, loca jamás! No, esta ciudad no será capaz de contagiarme su enfermedad porque yo ya había perdido la cabeza anterioridad.- Ellos nunca fueron competencia; Si te digo: "no es falta de cordura, es estupidez".
Definamos el concepto de demencia: "aquello que se repite esperando diferentes resultados": sí, yo los esperaba,  al ocultarme azarosamente bajo los techos durante la tormenta, secarme de manera instantánea, pero nada pasaba, "una desilusión". No, ninguno pudo lograrlo, ellos ya no me consideraban grata para cederme una pizca de su gracia.
Y finalmente, juego carreras con las cucarachas imaginarias cerca de la meta aunque tal vez haga trampa, no parecen muy buenas nadadoras.
Surco la oscuridad sigilosa así paso desapercibida entre los ladrones y llego segura a mi último destino.